Chef José Cruz

El espíritu aventurero de José Cruz y pasión por la comida lo convirtieron en un guerrero que supera cualquier obstáculo 

 

Por Brenda Vega 

 

Fotos: Jesus Rogelio Rojas Herrera 

Instagram: @royroher

 

A José no hay puerta que se le cierre 

desde pequeño parecía que su destino estaría marcado por los viajes y la libertad, la primera vez que salió de la Ciudad de México, en donde nació, fue a Los Ángeles en Estados Unidos de América, apenas era un niño y su papá trabajaba en un supermercado para llevar el sustento a casa.

 

Con el tiempo José Cruz y su familia volvieron a la Ciudad de México donde emprendió un negocio de mercadotecnia que no funcionó y lo dejó en bancarrota, fue la necesidad la que lo llevó a aceptar el primer trabajo que le ofrecieron, que fue lavando trastes en la cadena de restaurantes Vips; con un ojo en los montones de platos por lavar y el otro puesto en los fogones, nunca dejó de aprender el arte de la cocina. 

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Ya con más experiencia lo invitaron a trabajar a La Chilanguita, un restaurante bar al que entró como encargado de la parrilla, fueron los trayectos los que le dieron la señal de recorrer el mundo y es que durante el camino al trabajo llamó su atención un anunció publicitario de la firma de cruceros Royal Caribbean que solicitaba personas para unirse a su equipo, de inmediato aplicó, pasó la entrevista de trabajo y dio dos vueltas al mundo, explica José Cruz con orgullo en entrevista para Cocineros MX por el Mundo.

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Con apenas 20 años de edad enfrentó la dura vida de los cruceros sin mucho descanso, pero con el impulso de la juventud poco le importó porque encontró muchos amigos cocineros egresados de escuelas de todas partes del mundo, con quienes cocinó y aprendió durante cinco años en cocinas en mitad del océano, desde el Atlántico, hasta el Pacífico, en Asia, Alaska, Sudamérica, el mediterráneo y el mar Nórdico. 

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En Ámsterdam acabó el viaje

porque lo despidieron por incumplir reglas internas de los cruceros, “se me ocurrió hacer una reunión con algunos compañeros de trabajo y se volvió una gran fiesta”, recuerda el chef. Ese día despidieron a 15 empleados, los bajaron en el próximo puerto en Estocolmo, Suecia, pero José, con boleto de regreso a México en mano, no pudo resistir la atracción por las cocinas de los restaurantes que encontró a su paso, así que se aventuró y decidió quedarse. 

 

Comenzó alojándose en hostales pero Suecia es un país muy caro y sus ahorros se iban como el agua, así que acabó durmiendo en calles y parques, como era verano el clima no era un problema pero pronto llegaría el invierno y eso complicaría la situación. Corrió con la suerte de que en uno de los hostales donde se alojó había un horno para uso de los huéspedes y utilizó su sentido de supervivencia para hacer pan y venderlo.

Así nos cuenta José Cruz

 

“Todo el hostal se envolvía en el aroma del pan y la gente comenzó a pedirme, también algunos restaurantes y hasta la embajada de México, utilicé la estación central de trenes como mi oficina, ahí había buen internet y me conectaba para vender pan mexicano en los grupos de paisanos que encontraba en las redes sociales”, recordó el chef.

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José Cruz también buscó suerte en Francia pero nada resultó como había planeado, así que se mudó a un lugar en la frontera con España y en sus días libres iba a la playa para la que tenía que trasladarse un tren, “un día se subió la policía a checar pasaportes y me detuvieron, me llevaron a una casa de migrantes que resultó ser una cárcel y me topé con migrantes de otros países que no hablaban ni inglés, ni español”, dijo. 

 

José Cruz tuvo problemas de comunicación

El idioma le impedía la comunicación y sentía desesperación, por lo que como pudo pidió a los guardias que lo dejaran cocinar porque sentía que enloquecía, de alguna manera logró apoderarse de la cocina y comenzó a cocinar con las mermas para los guardias, a quienes les gusto su sazón y comenzaron a llevar ingredientes de afuera, luego ya cocinaba para todos los reos y así fue como se comenzó a relacionar con el resto de la población. Después de seis meses le consiguieron un boleto de regreso a México. 

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“Cuando llegue a México, inmediatamente encontré chamba en el restaurante del Mumedi (Museo Mexicano del Diseño), en Padrinos y también trabajé en la cocina del restaurante Azul Histórico, pero mi mente estaba en el extranjero”, confesó José.  

 

Los viajes por el mundo le dieron no solo una amplía experiencia en las cocinas, sino que también guardó los contactos de muchos cocineros que conoció, con dedos voladores comenzó a escribir a todos desde México y uno de ellos, chef ejecutivo de una cadena hotelera en Suecia, le consiguió una entrevista de trabajo. No había nada seguro, pero su amigo prometió arreglar sus papeles para poder trabajar de forma legal, “no me dijo dos veces cuando ya me había regresado para aplicar a ese empleo, a los tres meses ya tenía la visa trabajo y el puesto era mío”, platica José. 

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José nunca imaginó que de lavaplatos y como reo cocinero en una cárcel

Acabaría por abrir su propio restaurante, tener un bar y cocinar en la cena de los Premios Nobel, se lee fácil, pero todo esto se resume en al menos nueve años de recorrer el mundo y de trabajo constante. En la actualidad, con una residencia y todo el movimiento que lo caracteriza, busca dedicar su tiempo a proyectos personales como la publicación de un libro que promete juntar los saberes y sabores de los pasos de un cocinero mexicano por el mundo

 

Síguelo por Instagram: @chef_jose_mexa

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